Munnar, tuvo un final que ni siquiera imaginé. Mientras lo recuerdo para empezar a contarles, como castañas de Cajú compulsivamente, y recuerdo las palabras de Juan: "Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes"
Si supiera que dejé la mochila de "mis planes" tirada cerca de un río de Allepey se va a sentir orgulloso.
Llegué nuevamente a "casa". Mientras iba entrando cuál colegiala, casi corriendo y revoleando las ojotas en el pasto, Sheeva salía a recibirme con torta en la mano. Parecía una película de Disney. Sí, Torta de chocolate! Esta mujer es adivina o qué? Cómo sabe que muero por el chocolate?
Pero volvamos a Munnar.
Ayer por la tarde volvía del pueblo con 500 gramos del mejor té en hebras del mundo, mientras me cruzo con una sueca que había conocido en los backwaters, quien me pasa un dato interesantísimo: "La familia que hacía el chocolate casero de Munnar". Mientras me dictaba la dirección ya estaba subida al "tuc tuc" para comprar una caja gigante de chocolate negro amargo para mis momentos de ansiedad extrema. Qué felicidad.
Y así fue. Una hora más tarde, volvía cuál Heidi con mi cajita de chocolates por las plantaciones de té hacia lo de Zina.
El camino a la casita, es de montaña, y paso generalmente por una iglesia chiquita que siempre me da ganas de entrar. Lo cierto, es que ayer, en la puerta de la iglesia, había una congregación de cotorras hindúes. Mujeres de las plantaciones que estaban en su momento de descanso. Medio con verguenza pregunté si podía pasar a la iglesia y me encontré con Ganesha. La elefanta. Mientras pensaba en qué le hablaba a esta monumental estatua "kitsch" adornada de flores de plástico y pintada de colores, me arrodillé en el piso y miré para atrás. La puerta entreabierta albergaba 20 caras oscuras que a contraluz me daban un poco de miedo. Al mismo tiempo que sonreía aparecían numerosos dientes blancos entre la oscuridad que me dieron más miedo todavía...
Luego de varios minutos pidiendole a Ganesha un listado de cosas, y agradeciendo otras, me pareció una buena idea sentarme en la puerta, abrir mi caja de chocolates y convidarles. Y así, con cada mano que se acercaba, la caja se iba vaciando y yo iba adelgazando.
Al cabo de un rato de intentar hablar en hindi con ellas, el esfuerzo resultó nulo. Ellas, se hacían un festín conmigo. Me golpeaban, me agarraban las manos, me miraban, me tocaban las orejas y preguntaban algo así como: "No tenés aros? No tenés bindi? No tenés anillos?" Les debo haber sonado una pobre chica. Y, algo de eso había, porque eran las 4 de la tarde, y la "pobre chica" no había almorzado y tampoco tenía chocolate.
Una de ellas, me debe haber visto la cara de hambre y me invitó a comer a su casa. Y así, mientras creía que mi tarde iba a ser de una manera, resultó sopresivamente siendo de otra. Una mujer de 60 años me hacía un té de Chai, su nieta de 15 me hablaba de sus tareas en el colegio y una señora de 102 años me agarraba las manos y las besaba.
Ya pasadas las 8 de la noche me estaba bañanado en lo de Zina, y mientras entraba al cuarto mi compañera Canadiense, se me cae el bolso.
Y adivinen qué se cae del bolso?
Un corazón de chocolate.
Les juro que me quedé sin palabras.
Coquette: empaticé mucho con este relato, con esta escena; más cerca que en la India, menos lindo que como nos lo contás, alguna vez lo he vivido. Hay como una cosa rara que hace que la pérdida (del choco, del tiempo, de...) se convierta en ganancia (de caricias, cenas, corazón de choco).
ResponderEliminarY se da insólitamente, sin buscarlo. Lo sé, estuve ahí! Te abrazo
Que lindo Pablito! Lo se, gracias. Ya tengo tu Masala y tu curry :)
Eliminarbeso enorme desde aca...
Maria :)
Dale, CB! Entregá la caja de alfajores mixtos de Havanna!
ResponderEliminar