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viernes, 3 de febrero de 2012

Get Lost, to find you

Nunca fui amante de las estructuras. Más bien de la aventura. Mi mamá siempre me dijo que uno se lleva de esta vida lo que vieron sus ojos. Y así, me hice fanática de la fotografía, el arte, el diseño.
Siempre me sentí atraída por aquéllos que se animaban a no seguir un camino marcado. El deber ser. El deber "hacer". Que pusieron el alma por lo que creyeron. Por sus ideales. Sus pasiones. Héroes. Revolucionarios. Artistas.
Desde Van Gogh hasta Gandhi. Desde Mandela hasta Da Vinci. Cada uno dejó un legado en esta vida. Tuvieron una visión. Una misión. Fueron criticados, repudiados. Luego, admirados.

Hoy solo reflexiono sobre aquéllas cosas que nos hacen ser diferentes. Ser quiénes somos.
Conectar con nosotros mismos, con nuestra pasión, nos llevará directo a donde queremos ir.
El camino, de esta manera se vuelve más arduo. Menos popular pero más atractivo. Qué tiene de excitante seguir a la manada?
Debemos romper con las estructuras que nos llevan hacia lugares que no elegimos. Nos adormecen con consumismo. Política. Nos desconectan con tecnología. Para que no despertemos.
En un mundo donde la globalización pretende falsamente unirnos, cada vez estamos más alejados. Alejados de nosotros mismos.

La manera de conectar es buscar en nuestro interior. Tener espacios para nosotros. Meditar. Respirar. Conectar con la naturaleza.
Cada vez más, me encuentro con gente que se siente perdida. Desmotivada. Insatisfecha.
Dicen que tienen "todo" pero no tienen nada. Y ahí me pregunto qué es tener TODO.
Y me aseguro de creer que si algún día menciono tener TODO, es porque verdaderamente estoy en la dirección equivocada.
No hay que tenerlo "todo". Simplemente no hay que tener nada. Poseer nos aleja cada vez más de lo que venimos a hacer.
Nos definimos a partir del "otro". Una carrera agitada hacia el éxito. Hacia ser mejor que..."el vecino", y ya no es "el pasto del vecino es más verde" Es, el jardín del vecino es más grande, tiene quincho, LCD, aguas danzantes.
El empacharnos con cosas y más cosas no hacen más que desenfocarnos. Creemos que llenan nuestro vacío. Pero nos hacen más ambiciosos.

Y así continuamos un camino hacia la superficialidad. Ya no escuchamos. No charlamos. No nos comunicamos. Y está claro. Si no nos comunicamos con nosotros mismos, menos lo vamos a hacer con los demás. Chateamos, chamuyamos, mentimos, manipulamos, pero no nos conectamos verdaderamente con el otro.

Entre tanta vorágine diaria, propongo empezar a despojarnos, aunque sea, de los mandatos sociales que nos alejan del estar abiertos para los demás.
En una de esas... ese vaso vacío lleno de incertidumbre empieza a llenarse de agua limpia y clara una vez que conectamos con el servicio.



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