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lunes, 2 de abril de 2012

Vida de viajeros

Apenas amanece y ya la temperatura alcanza niveles bastante altos.
Uno abandona un colchón duro como una piedra y pone rumbo al baño compartido del final del pasillo. El espejo es demasiado pequeño, el "lavabo" como dicen algunos, está excesivamente bajo y todo el lugar pide a gritos una limpieza a fondo, preferentemente con abundancia de Cif y lavandina. Luego le toca el turno a la ducha, con agua fría en la mayoría de los casos y la búsqueda desesperada casi hundiéndonos dentro de la mochila por encontrar ropa limpia.
Así, nos convertimos rapidamente en "hippies" cuando vestimos lo único que tenemos en condiciones más o menos dignas. No importando el color, la textura, la combinación de rayados y cuadrillés colocamos algún pañuelo en la cabeza, un gorro "cool" que al día 10 pasa a no tener forma, anteojos de sol y nos disponemos a salir a la calle.

Sin darnos cuenta, llega el día en que nuevamente hay que guardar todo para visitar el siguiente punto del itinerario. Al llegar a la estación de destino, luego de viajes agotadores y árduos donde 250 km se convierten en siete horas y media con suerte de no presenciar ningún paro en la ruta, los buscavidas ávidos de dólares no te dejan en paz.

El regateo, es al principio algo divertido, pero luego, se vuelve intolerable y la paciencia, que fue abandonada a las tres semanas, nos indica un gran malhumor cuando te mencionan precios inflados sobre todo a personas que, como yo, llevamos un cartel luminoso en la frente que dice: "hola! soy extranjera y nueva en la ciudad"

El primer hostel que se visita, cuando no se pude reservar algo en tiempo y forma, generalmente es espantoso. Con cuartos húmedos, ruidosos, y lúgubres. Es ahí cuando le damos gracias a la recepcionista y echamos mano al presupuesto para encontrar la mejor oferta de la ciudad. Después de unas horas, evaluamos todas las alternativas posibles y el presupuesto se va al cuerno junto con su insufrible dictadura y nos alojamos en algún hotel de algo más de tres estrellas donde uno se deleita con alguna comida occidental, llámese pizza o pollo grillé, sobre todo cuando ya han pasado dos meses y uno necesita sentirse como en casa.

Al mismo tiempo que uno saborea cada uno de esos manjares, el asiento vacío que está al lado nuestro enseguida es ocupado por algún curioso local deseoso de aprender y practicar su inglés. Éste, formula todas las preguntas típicas que cada uno puede imaginarse y uno se siente culposo de formular todas las mentiras posibles como respuesta para guardar, aveces, un poco de distancia o seguridad.

De dónde sos?, Cuántos años tenés?, Estás CASADA?

Esta última pregunta, ha generado grandes debates de todos los colores y en todos los idiomas acerca de cómo una chica como yo está SOLTERA y sin hijos a los 31 años. Tengamos en cuenta que Asia, en materia de "sociedad" es muy cerrada.
Es mejor mentir y responder algo así como, "mi marido me espera en la esquina" si es que no nos gustó mucho la presente compañía. Además, genera la seguridad de tener un ser invisible que nos ampara y nos pone en alerta de que estamos "del tomate" de tanto viajar solos.

En otros casos, con dichas formalidades cumplidas, "el viajero" y "el extraño" en cuestión se convierten en amigos íntimos y quizás posen juntos para una foto antes de separar sus caminos, o en su defecto, se unan para disfrutar de algún actividad o paseo al día siguiente.

Finalmente y antes de despedirse intercambian sus contactos de facebook prometiendo escribirse, sabiendo que, en un par de meses seguramente ambos serán olvidados, abandonados y hasta borrados de dicho mundo cibernético.

Esto no es Europa amigos. Bienvenidos al Sudeste Asiático.

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